En una modesta finca del occidente de El Salvador, don Jaco recorre con paso firme los surcos de tomate, chile morrón, güisquil y pepino. Su andar, curtido por más de 20 años de trabajo en el campo, refleja tanto el esfuerzo como la transformación silenciosa que vive la agricultura salvadoreña: una evolución desde el monocultivo hacia un modelo más diverso, resiliente y conectado con los mercados locales.

“Antes bastaba con sembrar una cosa. Ahora ya no. Hay que adaptarse, probar, arriesgarse”, resume don Jaco, mientras observa con atención los primeros frutos de un experimento: su primera cosecha de pepino.

Su historia —la de la Finca El Progreso— es reflejo de una tendencia creciente: más productores están dejando atrás la dependencia de cultivos únicos como el maíz o el café, apostando por sistemas agrícolas mixtos que integran distintas hortalizas y productos de alto consumo. En un país donde el cambio climático, la volatilidad de precios y la migración rural son desafíos constantes, la diversificación se ha convertido en una herramienta de resistencia y sostenibilidad.

La tierra como maestra

Don Jaco, como muchos agricultores en El Salvador, no cuenta con formación técnica formal. Su aprendizaje ha sido empírico, construido con base en la observación, el error y la persistencia. “La tierra nos va enseñando qué quiere y qué no”, explica. Esa capacidad de escucha, de ensayo y adaptación, es lo que le ha permitido mantener la finca productiva y resiliente.

Actualmente, su parcela combina cultivos de ciclo corto con otros más rentables, y evalúa reintroducir café en pequeña escala, retomando una herencia familiar abandonada por años.

Esta innovación desde lo local parte del conocimiento profundo del entorno. “No podemos competir con las grandes agroindustrias, pero sí podemos ofrecer calidad, frescura y variedad. Y eso es lo que más nos agradecen los clientes”, afirma con orgullo.

Conectarse con el mercado: la Central de Abasto

Uno de los motores clave de este cambio ha sido la Central de Abasto, una iniciativa impulsada por el Gobierno a través del Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG) para facilitar el contacto directo entre productores y consumidores. Para agricultores como don Jaco, esta plataforma ha roto el viejo esquema de dependencia de intermediarios, quienes imponían precios y condiciones.

“Antes, uno producía y tenía que venderle al que viniera, al precio que dijera. Con la central, llevamos el producto nosotros mismos. Nos pagan justo y lo vendemos más fresco”, señala.

Según el MAG, hasta un 30% de la producción agrícola nacional se perdía por la falta de canales eficientes de comercialización. Iniciativas como esta están ayudando a revertir esa realidad, mejorando los ingresos de las familias agricultoras y reduciendo las pérdidas postcosecha.

Diversificar con inteligencia

El camino hacia una agricultura más diversa también implica nuevos retos. La falta de acceso a financiamiento, tecnología y asistencia técnica especializada continúa siendo un obstáculo. “Nos hace falta más apoyo. A veces queremos probar un cultivo nuevo, pero no hay quién nos asesore bien o los insumos son muy caros”, admite don Jaco.

Aun así, el cambio ya está en marcha. Lo que antes era visto como improvisación, hoy se reconoce como una forma de innovación adaptada a la realidad local. Una manera de ver la agricultura no solo como tradición, sino como una oportunidad de desarrollo.

Una agricultura que resiste

En un país donde más del 60% del consumo básico depende de la producción nacional, la apuesta de los productores por la diversificación tiene implicaciones profundas: contribuye a la soberanía alimentaria, fortalece las economías rurales y promueve el arraigo en las comunidades.

Don Jaco lo sintetiza con sabiduría campesina: “Aquí seguimos, día a día, sembrando distinto. No porque queramos ser modernos, sino porque así nos toca sobrevivir. Pero también nos llena de orgullo ver que nuestros productos llegan más lejos y que la gente los valora”.

La experiencia de agricultores como él demuestra que el futuro del campo salvadoreño puede construirse desde lo pequeño, lo diverso y lo propio. Porque en El Salvador, sembrar distinto ya no es una opción: es el camino.